Katixa Agirre: "Me siento más segura de mí misma, creo, a medida que he ganado experiencia"
En su tercera novela Berriz zentauro (en 2015 publicó Atertu arte itxaron y en 2018 Amek ez dute, ambas traducidas al castellano), la escritora Katixa Agirre (Vitoria-Gasteiz, 1981) nos traslada a un París de mediados del siglo XXI, transformado en parte (la tecnología es hoy un medio entronizado como fin, seguramente por la raquítica presencia de propósitos tangibles) por la realidad virtual, la realidad aumentada y la realidad mixta.
Nos moveremos por París de la mano de la protagonista Paula Pagaldai, quien nos mostrará, con las gafas OFtal en ristre, qué caminos han abierto y han cerrado a la humanidad los avances tecnológicos. Nos acompañará, además, en este viaje (ventajas de la realidad virtual), la escritora inglesa de la segunda mitad del siglo XVIII Mary Wollstonecraft.
Hemos hablado con Agirre.
En el libro se dice que la protagonista Paula Pagaldai, en la medida en que es una creadora de historias, goza de un "poder" y siente "el peso de la responsabilidad". ¿Con qué sensaciones te enfrentaste tú a la escritura de este libro?
También con una sensación de poder y de responsabilidad, como siempre. El poder que te confiere la posibilidad de crear un nuevo mundo, y la responsabilidad, ese miedo a que pudiera salir mal.
De todas maneras, he de decir que me siento más segura de mí misma, creo, a medida que voy ganando experiencia. Aun así, la posibilidad del fracaso siempre está ahí, y hay que jugar con ello.
Has dicho que hace tiempo que querías llevar a un libro la historia de Mary Wollstonecraft. ¿Cómo vive un escritor su relación con las historias o los proyectos de historias? ¿Necesitas deshacerte de una para poder comenzar con la siguiente?
En mi caso, sí que es así. Después de Amek ez dute me quedé muy vacía. Además, las tareas de promoción, en diferentes idiomas, se alargaron mucho, y no volví a escribir otra cosa en un largo periodo.
Después, poco a poco, vuelve a surgir la pasión, y en este caso recuperé la figura de Mary Wollstonecraft, un personaje que ya me acompañaba mientras escribía Amek ez dute.
¿En qué medida disfrutas y en qué medida sufres, en caso de que lo hagas, a la hora de escribir?
Hay algo de ambas. Me divierto mucho y a veces siento una gran satisfacción, pero siempre existe un punto crítico, una vez atravesada la mitad, en el que tienes ganas de tirar a la basura todo el trabajo, te encuentras perdida y no le encuentras el sentido. En eso momento, también se sufre bastante.
Has ambientado la novela en mitad del siglo XXI en París. Si, como se dice en la novela, "desde la atalaya del presente, futuro y sueños son una misma cosa", ¿qué espacio has dejado a la fascinación y qué límites te has impuesto en pos de la credibilidad?
Eso ha resultado un problema en esta novela. He dedicado mucho tiempo y lugar a la creación de un mundo, a describir las claves de ese futuro, y luego me asaltaban una subtrama tras otra.
Ha supuesto un reto poner límites a eso y ceñirme a la idea original.
Con alguna excepción, pero la mayoría de personajes utiliza la tecnología como un medio para la evasión y autosatisfacción. ¿Por qué crees que la aplicación de las tecnologías de la comunicación se agota casi exclusivamente en el plano individual?
Porque la propia tecnología lo permite (en el caso de la novela, sucede dentro de las gafas de realidad virtual, cuando cada uno o una puede estar aislado) y también porque el sistema te dirige en esa dirección: soluciones individuales para problemas individuales.
Por lo tanto, sí existe un potencial para usar la tecnología de manera colectiva, pero es difícil acertar con la forma de articular esa posibilidad, porque vivimos en una sociedad muy individualista.
Por el contrario, los y las miembros de la antiuniversidad apuestan por la corporalidad, las relaciones físicas y una vida ajena a los avances tecnológicos, como forma de resistencia. ¿Solo rechazando totalmente la tecnología podemos salir del camino marcado por sus creadores y promotores?
Al menos en un primer paso, sí, para darnos cuenta de que esa dependencia hacia la tecnología no es inevitable.
Desde esa convicción, se pueden crear relaciones con la tecnología que no sean tan patológicas, sino más críticas y conscientes.
La educación también tiene su hueco en la historia de la novela. ¿Podría la realida virtual ayudar en ese ámbito? ¿Qué necesidades podría cubrir?
Sí, sería estupendo ver in situ la Revolución Francesa, por ejemplo como si estuvieras en la Asamblea Nacional escuchando los argumentos de los diputados.
Experimentar las cosas de cerca puede ayudar mucho al conocimiento y la comprensión, y la realidad virtual puede contribuir a ello.
En la novela se diluyen muchas fronteras: identidad, género, convenciones sociales, espacio y tiempo… Y también, en cierta medida, el límite entre distopía y utopía. ¿Qué vestigios abren, aquí y ahora, un espacio a la esperanza?
La historia de la humanidad nos da una oportunidad para la esperanza. Nuestra especie ha conseguido mucho. Se ha vuelto a levantar después de muchas desgracias, y lo volverá a hacer en el futuro.
¿Cómo va la adaptación al cine de "Amek ez dute"? ¿Qué vinculación tienes con el proyecto?
El guion está escrito, ya están reunidas la mayoría de subvenciones… La directora, Mar Coll, está esperando a comenzar a rodar, después de tres años.
Yo mantengo una relación cercana, pero no participo directamente. Ahora, es el turno para la directora, y estoy segura de que hará una película preciosa.
Berriz zentauro será uno de los protagonistas de la Feria de Durango. ¿Qué te ha llamado la atención entre los discos y libros que se publicarán de cara a esta cita?
Ya tengo mi pequeña lista. Me gustaría comprar Lagun minak, de Jon Benito, Euskalia, de Mikel Alvarez, y Bar Gloria, de Nerea Ibarzabal. También me ha llamado la atención el proyecto Loti (herrena), del colectivo Zart.
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