Crónica desde Egipto
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Viajar en toque de queda

Antes de llegar a los taxis hay que pasar la aduana y tener la suerte de que, como periodista, no te registren la maleta y te confisquen las cámaras.

No hay taxistas al otro lado. El primer efecto del toque de queda que se percibe al aterrizar en El Cairo es que los habituales taxistas pesados que pululan por el aeropuerto han desaparecido. En su lugar un puñado de encorbatados de las empresas oficiales de transporte aseguran al recién llegado que cuentan con todos los permisos para moverse por la capital entre las 7 de la tarde y 6 de la mañana, franja del toque de queda.

El precio ronda las 175 libras (unos 20 euros al cambio), el triple de una tarifa habitual, pero merece la pena pagarlo para no quedarse toda la noche en la Terminal 3. Antes de llegar a los taxis, eso sí, hay que pasar la aduana y tener la suerte de que, como periodista, no te registren la maleta y te confisquen las cámaras como está pasando a muchos colegas. El control de equipajes es pura lotería.

Una vez en el vehículo empieza el rosario de puestos de control. Hay que superar cinco para salir de Ciudad Naser, zona de la ciudad con fuerte presencia de instalaciones militares y donde se encuentra Rabaa Al Adawiya, plaza donde los partidarios de Mohamed Mursi situaron su mayor acampada. Los soldados paran a los coches, piden documentación y registran maleteros. Si se viene del aeropuerto no suele haber mayores pegas y se pasan si demasiada dificultad. Las avenidas principales están cortadas por vehículos blindados donde algunos soldados aprovechan para descansar. En algunas esquinas hay restaurantes abiertos y los vendedores de fruta no han retirado sus puestos.

Tras dar varias vueltas por callejuelas se accede al puente principal que lleva al centro donde un nuevo control espera antes de acceder a Talaat Harb, una de las grandes arterias comerciales de la capital y centro de muchos hostales y pensiones frecuentadas hasta ahora por mochileros que, como el resto de turistas, se han esfumado. Lugares como el hostal Luna, uno de los 'must' de las guías viajeras ahora vacío. Tahrir está cerrada a cal y canto con tanquetas y alambres de espino. La plaza que acabó con Mubarak y con Mursi es ahora feudo de los militares, el auténtico poder antes, ahora y mañana en este país.

*Blog de Mikel Ayestaran

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