"El acoso laboral hacia las empleadas de hogar migrantes es absoluto y constante"
Las trabajadoras del servicio doméstico se ven expuestas a diario a situaciones de inestabilidad laboral, bajos ingresos, marginalización e intensas jornadas laborales. Si a esto le agregamos que esas mujeres son migrantes y que en muchos casos se encuentran en una situación de ilegalidad administrativa, la vulnerabilidad y la discriminación son extremas.
Identificar esas situaciones de vulneración de los derechos de las trabajadoras del hogar, mostrar las profundas desigualdades a las que son sometidas y poner de relieve su situación fue una de los retos que se marcó Silvia Carrizo (Caleta Olivia, Argentina, 1965) nada más llegar a Zumaia en 2002. Periodista de profesión, sintió la necesidad de crear un espacio de apoyo para las mujeres migradas y, en apenas un año, Malen Etxea iniciaba su andadura en la localidad costera.
"Somos una asociación de reflexión feminista, de mujeres emprendedoras, militantes feministas que trabajamos por el derecho de todas a una vida digna, libre de violencia, con equidad, justicia social y respeto a la tierra". Así se define Malen Etxea. ¿Cómo y con qué objetivo nace?
Malen Etxea se crea en el año 2003, y yo soy una de las socias fundadoras. Lo creamos para tener un lugar propio, un lugar de encuentro de las mujeres migradas. 'Malen' significa mujer en lengua mapuche y 'etxea' como ya sabéis significa hogar en euskera, una lengua que desconocíamos totalmente. Fusionamos estas dos palabras para visibilizar la importancia de lo que es el lugar propio, la casa.
Cuando nosotras pusimos en marcha este proyecto en este país no existía entonces el concepto de casa de la mujer bajo ningún punto de vista. Hace 17 años no se hablaba de casas de las mujeres y de su importancia. Nosotras entendíamos que si queríamos sobrevivir en esta tierra, necesitábamos ese espacio común, y Malen Etxea fue eso; la tabla de salvación de las socias fundadoras y, a partir de ahí, el lugar de apoyo y de encuentro con nuestras realidades. Entender lo que supone una migración y acompañarnos, es eso lo que buscamos y ofrecemos. A día de hoy tenemos nuestro local en Zumaia y una casa de acogida en Zestoa. Por nuestra casa de acogida pasan al año entre 18-20 mujeres, y realizamos atenciones diarias. Somos más de 100 socias.
Silvia Carrizo, en su oficina de Malen Etxea. Foto: Maitane Subijana.
La discriminación de las mujeres migrantes trabajadoras en servicios domésticos y de cuidado es múltiple. ¿Cómo es la realidad laboral de las mujeres extranjeras?
Yo distinguiría hoy por hoy tres categorías, partiendo de la base de que el nicho laboral principal que tiene esta sociedad para las mujeres trabajadoras migrantes es el de los cuidados; el 95 % trabaja en cuidados domésticos. En este escenario, por un lado está la mujer migrada que tiene su tarjeta de residente y su certificado socio sanitario de cuidadora. Esta mujer trabaja en un sector que está técnicamente en pleno empleo, pero en condiciones muy precarias en cuanto a salario y condiciones.
Por otro lado, están las mujeres migradas en situación irregular que están para hacer papeles o han sacado la residencia ahora, y no tienen el certificado socios sanitario. Estas tienen problemas de inserción laboral y trabajan en condiciones también precarias, bastante similares a las del grupo anterior.
Y por último, hay un tercer sector, una población en crecimiento, formada por aquellas mujeres que están en situación administrativa irregular que llevan aquí menos de dos años; están sometidas a las brutalidades más salvajes del capitalismo. Es decir, son las que están siendo objeto de una explotación laboral brutal nunca vista en este país. Están siendo llevadas y trasladadas en redes de tratas de una comunidad a otra para explotarlas laboralmente. La situación de estas mujeres en particular es sumamente dramática y están invisibilizadas totalmente, esto no se quiere ver. Para nosotras supone el sector más vulnerable, más objeto de abusos y más desprotegido socialmente.
Un estudio reciente de SOS Racismo asegura que las trabajadoras de hogar de origen extranjero son las principales víctimas del acoso laboral.
Si, por supuesto. El acoso laboral hacia las trabajadoras de hogar migrantes es absoluto y constante. Desde el momento en el que esta sociedad admite que alguien pueda disponer de las 24 horas de una persona, ahí tenemos el primer abuso. Desde que se admite sin complejos y sin cuestionamiento ético, político y moral que puedo tomar a una persona, meterla en mi casa y que esté a mí disposición 24 horas los 365 días de año, comienza el primer abuso, legitimado, justificado y reconocido por la sociedad. A partir de ahí, imaginaros todo lo que puede suceder.
En la mayoría de los casos no se denuncian estas situaciones.
Básicamente no se denuncian porque la Justicia no está para las mujeres pobres y para las mujeres extranjeras. Esa es la principal razón por la que no se denuncian. Son situaciones vividas en la intimidad donde la palabra de una persona a la que ya le negaste el derecho a tener una vida social contra la palabra de un ciudadano, de un señor, de un padre de familia … ¡Olvídate! No es posible reclamar justicia porque no hay condiciones de base. ¿Cuándo actúa la Justicia? Cuando hay un asesinato, cuando hay violaciones y cuando las situaciones son extremas.
Existen, además, notables diferencias entre las trabajadores del hogar de origen autóctono y extranjero.
Las diferencias son abismales, partiendo de la base de que las mujeres autóctonas que trabajan en el sector doméstico también están en situaciones precarias. Todo eso lo compartimos. La diferencia es que las mujeres migrantes están privadas en muchos casos de su libertad. Las mujeres de aquí trabajan y van a su casa a dormir; tienen derechos y tienen vida. Cobrarán el mismo salario mínimo interprofesional, pero trabajan sus 40 horas a la semana, libran fines de semanas y festivos y nadie les cuestiona su vida. Pueden salir con su familia y sus amigas, ir al cine … En el caso de las mujeres migrantes todo eso no existe.
Lo que este país permite sobre la vida y los cuerpos de las mujeres migrantes es éticamente inadmisible, es signo de su tradición colonialista y clasista. La sociedad actual se concibe en esos términos, no hay otra explicación.
La soledad o el aislamiento, en muchos casos absoluto, de las trabajadoras del hogar extranjeras es otro de los grandes problemas a los que se tienen que enfrentar.
Si una persona está las 24 horas a disposición de un señor o señora, es evidente que no puede relacionarse con nadie, no puede hacer su vida y está prácticamente aislada de la sociedad. Gracias a que existen las nuevas tecnologías y estas mujeres pueden hablar con sus familiares y sus amistades, pero no es una forma de relacionarse con la sociedad. Esto supone un aislamiento y una frustración para todas, porque entran en un círculo donde no pueden ni compartir lo que están viviendo. Es ahí donde entra el rol de fundaciones como la nuestra donde la primera premisa es decirles a todas esas mujeres que no están solas.
Al mismo tiempo, ese proceso es su tránsito hacia la inclusión.
El proceso migratorio es ya en sí un proceso de empoderamiento total de estas mujeres. Son mujeres empoderadas que están sometidas a regímenes de explotación brutal sin posibilidades o medios para poder oponerse a ese poder explotador. Y desde mi punto de vista, ese es el punto más grave: la justificación social de todo el proceso. Explotadores ha habido siempre, pero el problema es que esta sociedad está aceptando, justificando y promoviendo esa represión.
Hace 20 atrás podríamos decir que las mujeres migrantes no conocían estas situaciones y no sabían lo que se iban a encontrar. Hoy, por suerte, gracias a las redes y a las nuevas tecnologías todas, más o menos, saben la situación con la se van a encontrar, aunque después puede variar el grado de violencia a la que serán sometidas.
En términos económicos los salarios que se están percibiendo aquí en el sector doméstico no están siendo compensatorios. El sueldo de 700 euros de media que están ganando aquí también es precario en Nicaragua o en Honduras. El valor de la comida es exorbitante. Entonces, tampoco es que las mujeres noten diferencias económicas. Garantizan la comida y poco más. Ese ideario y esa fantasía de que ganan dinero, lo mandan a sus países de origen y tienen allí chalets es falso.
¿Existen mecanismos por parte de las instituciones para el control de las condiciones laborales de estas mujeres?
Los mecanismos existen y los derechos de los trabajadores extranjeros en la legislación existen, lo que no hay es voluntad política de cumplir esa ley. Entonces, los mecanismos actuales no están valiendo para nada. De qué te va a valer una inspección de trabajo , si esos técnicos no entran en las casas y no ponen en foco en esa realidad.
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