Metallica triunfa en Bilbao jugando a grande
Por fin, después de una semana de incertidumbre tras un positivo en el entorno de la banda, llegó el día 3 de julio y Metallica desembarcó en San Mamés, no sin una sorpresa de última hora: Weezer, segundo grupo en peso en el cartel, no pudo llegar a tiempo desde París, donde había tocado la noche antes, y los de Rivers Cuomo suspendieron el concierto con su material ya desplegado en el estadio bilbaíno.
La noticia de la baja de Weezer fue conocida por los y las asistentes al concierto a través de un mensaje en las pantallas del escenario, apenas tres horas antes del horario previsto para el inicio de su concierto, y las caras de más de un y una fan del grupo autor del "Blue Album" eran un poema, claro. Aunque no se anunció por la susodicha pantalla sino por mail, la organización devolvió el importe de la entrada a quien lo reclamó antes de las 22:00 horas.
Antes de ese contratiempo, el grupo encargado de romper el hielo fue Niña Coyote eta Chico Tornado, quienes, aunque fuera a consecuencia de las circunstancias (sustituyeron a última hora al interesante grupo punk californiano The Regrettes, obligadas a abandonar su gira europea por multitud de casos de covid en su equipo), encarnaron la presencia vasca del Bilbao Bizkaia Rock Day.
Pese al contraste entre minimalismo formal del dúo guipuzcoano y el mastodóntico escenario en el que les tocó desempeñar la labor de abrir fuego ante unos cientos de espectadores y espectadoras con "Eguzkiari itxoiten", Koldo Soret y Úrsula Strong dieron un buen concierto llenando el enorme vacío con distorsión, guitarras sincopadas y penetrantes golpes de batería.
43 minutos de ritmos densos y desérticos, en los que el dúo disfrutó e hizo disfrutar a los y las más madrugadoras de la tarde. No se puede pedir más a esas horas y en esas circunstancias, y seguro que alguno se quedó con ganas de verlos próximamente en una sala.
Nothing But Thieves
Después del dúo guipuzcoano llegó el turno de Nothing But Thieves, que se preparaban con una calma un tanto sospechosa para quienes ya estábamos para entonces dentro de San Mamés. Durante ese tiempo, a las 17:15, se supo que Weezer serían baja y los horarios quedarían modificados.
Ya en su nuevo horario, Nothing But Thieves ofrecieron una hora de rock alternativo más potente de lo que imaginábamos basándonos en su éxito "Sorry", que anoche sonó un tanto deslavazado, con toques grunge y apoyos de sintetizadores.
La voz de Conor Mason fue lo más destacable del concierto del quinteto de Essex, Inglaterra, que presentaba su último disco "Moral panic" (2020) y el complementario EP posterior "Moral panic II" (no parecen grandes creadores de títulos).
Alarde de clase de The Hellacopters
Tras una espera que los ajustes de programación convirtieron en tediosa, tocó el turno de The Hellacopters. Los suecos tenían todo en su contra: horario temprano, un público no demasiado motivado con su actuación, un sonido muy malo y hasta lluvia intermitente… Pero todos ellos no fueron obstáculos suficientes para el bagaje, la clase, los temas, el carisma y la actitud de Nicke Andersson, Dregen y compañía.
The Hellacopters, publicó en abril Eyes of oblivion, primer disco de estudio desde su reunión en 2016, un disco notable, que seguramente no esté a la altura de sus grandes trabajos pero que tiene destellos de muy buen hacer y grandes temas como "Reap A Hurricane", "So sorry I Could Die" o "Eyes of Oblivion", que se colaron ayer tarde en el repertorio de los suecos y no palidecen ante sus clásicos.
Ni el plano sonido de batería, que en lugar de proyectar el brioso rock and roll clásico de The Hellacopters al estadio lo retenía y domaba, ni el sonido intermitente del teclado emborronaron del todo el gran concierto de los de Andresson y Dregen (con la pierna lesionada), que removieron cabezas y dibujaron sonrisas con joyas como "Carry Me Home" y "By The Grace of God".
Metallica gana por K.O.
Diez minutos después de la hora prevista, con la gente ya amontonándose en la pista, comenzó la liturgia previa a cada concierto del cuarteto californiano, a saber: "It's a Long Way to the Top (If You Wanna Rock 'N' Roll)" de AC/DC por los altavoces, oscuridad total, "El bueno, el feo y el malo" en las pantallas y "The Ecstasy of Gold", de Ennio Morricone, atronando. Vale, están mayores; vale, el mundo es una mierda; vale los conciertos en estadio son incómodos… Pero, ¿a cuál de los y las 45 000 espectadoras anoche no se le erizó la piel en ese momento?
Metallica, James Hetfield, Lars Ulrich, Kirk Hammett y Rob Trujillo, tomaron anoche la parte delantera del escenario, mezclados casi con el público de las primeras filas, con un cuarteto ganador. Y es que seguro que la vida es más fácil cuando tu tarjeta de visita la componen "Whiplash", "Creeping death", "Enter sandman" (ha vuelto al inicio del show después de años relegada a la parte final) y "Harvester of sorrow".
La puesta en escena hacia presagiar que iba a ser un concierto de máximos, de golpes potentes y pocas sutilezas. El sonido era bueno en la pista desde el principio, más allá de que la guitarra de Hammett pecara de poco volumen en algunas partes del concierto y algunos ritmos de batería ("Creeping Death", "One"…) resultaran un poco atropellados por momentos. Sin querer quitar ningún mérito a Ulrich, que revolucionó y ha marcado el estilo de batería en el metal desde hace 40 años, su interpretación dejaba flotando en el aire algo de emoción por dónde, cuándo y cómo iban a terminar algunos breaks de batería.
"Wherever I May Roam" puso el concierto en velocidad de crucero, con el público cantando la melodía de guitarra de la redonda canción, pero "No leaf clover", del segundo disco sinfónico del cuarteto (hay que dar visibilidad a los lanzamientos discográficos, entiendo), y "Dirty Window", canción del St Anger que resulta tan poco inspirada e inconexa en directo como en disco (aunque el concierto tiene la ventaja de ahorrarte la producción chatarrera de la batería en ese disco), supusieron un claro frenazo.
Nada que no puedan arreglar, de todas maneras, la balada "Nothing else matters" (creo que el número de móviles en alto superó al de asistentes en algunos momentos) y, claro, "For Whom the Bell Tolls".
El cuarteto pasó por San Mamés con una actitud arrolladora, con un Kirk Hammett más suelto y protagonista que en otras épocas, con una ejecución notable (también algún fallo en detalles, sobre todo en las partes limpias y arpegios, pero quitémonos el monóculo de crítico), un Rob Trujillo quizás en segundo plano pero sobrado de destreza y James Hetfield pletórico, convertido ya desde hace tiempo en mito y demostrando como siempre una mano derecha, una factoría de riffs históricos, prodigiosa a la guitarra rítmica. La voz también respondió a Hetfield durante las dos horas de concierto, más allá de un poco de sufrimiento lógico a la hora de acometer temas de hace cuarenta años, caso de "Metal Militia", que abrió el bis.
El tramo final del concierto, brillo con "One" y su despliegue pirotécnico y trajo una de las sorpresas de la jornada. En el final de "Master of Puppets", elegida para poner broche final al concierto, el cuarteto se quedó sin sonido exterior ante el estupor del público y el pasmo del grupo.
En fin, nada que no se pueda solucionar con actitud. Metallica volvió a retomar la canción (igual tampoco era demasiado pedir que la tocarán entera de nuevo) y ofreció el final de la misma entre aplausos, y una despedida emocionada donde, tras un "Gora Euskadi" de Trujillo, Ulrich prometió volver pronto.
En total, Metallica ofreció dos horas de show apabullante, una clase magistral de dominio del escenario, donde todo el rato pasaba de todo en todos los lados; fue un espectáculo, claro, más enfocado al refrendo que al hallazgo, más pegado a la euforia (el disfraz de la desafección, que canta Biznaga) que a la reflexión.
Y es que un concierto de estadio no parece un lugar para florituras. Recientemente, hemos visto, por ejemplo, como los Rolling Stones han ganado en pegada en su última gira con la incorporación de Steve Jordan a la batería en el lugar del difunto Charlie Watts. Metallica son conscientes de ello, y ofrecen un concierto en el que brillan más las luces láser que la ejecución del seisillo de semicorcheas de bombo en "One"; es comprensible, aunque la pirotecnia siempre se acabe apagando.
Está claro que Metallica ya no son la banda que tocaba lo más rápido que podía en garajes de California en los años 80 emulando a bandas británicas, no son la banda que tenía a sus pies el mundo del metal en los 90. Son otra cosa, como lo somos nosotros y nosotras; y menos mal, aquello ya pasó.
Por eso es absurdo comparar el concierto de anoche con aquella, nuestra noche para el recuerdo hace veinte o treinta años. Esto va de disfrutarlo ahora, de gritar y de recordar aquellos momentos en los que te acompañaron los gritos de "Creeping Death", la cinta TDK con el "Ride the Lightning" en una cara y el "Overkill" de Motorhead en la otra o el vídeo de "The Unforgiven" en casa de tu abuela.
Pero, que no se nos olvide, también va de mirar adelante, y construir los momentos que van a acompañar a partir de hoy los riffs de Metallica y de aquellos que se han apuntado a la creación gracias a las puertas abiertas por estos. Va de seguir, de crear y de avanzar. Y para eso no está mal tener algunas certezas; Metallica, como rezaba su lema "Birth. School. Metallica. Death", puede ser una de ellas.
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