Massive Attack somete Kobetamendi a su trance
Más de uno y una se habrá despertado hoy con las entrañas aún removidas por la profundidad de los graves que Massive Attack lanzaron ayer desde el escenario principal de Kobetamendi; muchos cerebros continuarán todavía a pleno rendimiento, espoleados por los estímulos mentales propuestos anoche por los precursores del trip hop; y otras y otros habrán amanecido con el corazón en un puño, conmovidos por los sentimientos despertados anoche por el primario lenguaje de la música.
Massive Attack fundieron en una vistosa y palpitante ceremonia artística, política (todo arte es político, por acción u omisión) y musical de algo más de hora y media evasión rítmica (bases ora más oscuras y profundas ora más ligeras y vivaces) y conciencia(ción) política. Acompañó la base musical, con una formación variable de bajo, guitarras, dos baterías, teclado, bases electrónicas y sintetizadores, con un montaje visual exquisito en el que no faltaron, impresos casi en su totalidad en euskera, mensajes antibelicistas, contrarios a la aniquilación del pueblo palestino –"el fracaso será imperdonable", proclamaron– o irónicos ante las conspiranoias –"susmoa beste kontrol era bat da"–.
Los británicos emprendieron a las 23:00 horas, con puntualidad absoluta, una actuación dinámica en la que se alternaron al micrófono los aires jamaicanos de Horace Andy ("Angel"…), la emotiva voz cristalina de Elizabeth Fraser, ex de Cocteau Twins, (en la emocionante versión de "Song to the siren" de Tim Buckley, también adaptada en su día por John Frusciante, y, por ejemplo, en una "Teadrop" fabulosa en el tramo final al que hasta la lluvia añadió épica) y Deborah Miller, sobrada en "Unfinished sympathy". También destacó la potente colaboración, en el primer tercio del concierto, del grupo escocés de hip hop Young Fathers.
Satisfechos con el sofisticado en lo estilístico pero terrenal y lúcido en lo ideológico ejercicio artístico de la banda (poco más se puede pedir a quien lee su tiempo, lo interpreta bajo el filtro de su concepción de belleza y comparte el resultado), emprendimos la vuelta a casa, temerosos de la lluvia, sin ver a Los Planetas, que festejaron las tres décadas de su disco Super 8 y The Prodigiy. Hay que regular, y guardar fuerzas para tres días de festival.
Eso sí, antes habíamos disfrutado también otro de los grandes conciertos de la jornada, el de los franceses AIR en el escenario San Miguel, quienes recuperaron para la ocasión su disco Moon safari, publicado en 1998 y con el que el dúo francés resignificó la escena electrónica.
Vestidos de blanco y tras una estructura plástica muy efectiva en lo visual, el trío (Jean-Benoît Dunckel y Nicolas Godin a los teclados, sintetizadores, bajo y guitarra y el apoyo de un hábil batería) desgranó en el mismo orden de su publicación una colección de canciones en las que el pop asoma, guiado por el bajo, sobre ritmos pausados para un resultado delicado y elegante.
La propuesta, más orientada al paladeo que al mordisco, resultó ganadora pese a que fue de menos a más, seguramente porque es imposible mantener el ritmo de un concierto que ofrece en su primera mitad canciones de la talla de "Sexy boy", "Kelly watch the stars" o "La femme d'argent", primera del disco y, por tanto, del concierto de ayer. ¿Quién no se quedaría a vivir en esa línea de bajo?
El día comenzó bastante antes, a las 17:30, media hora antes de la hora anunciado debido al retraso en la apertura de puertas por culpa de problemas técnicos. Este imprevisto lastró los conciertos iniciales de Neska DJ, música electrónica vitoriana afincada en Amsterdam, en el espacio Basoa, y el grupo zarauztarra Martín de Marte en la carpa Beefeater, que defendió con brío, pese a todo, su enérgico pop vitalista con toques soul y funk. Esperamos con ganas a su nuevo disco, Ze ondo!, que llegará en septiembre.
El quinteto madrileño El Buen Hijo fue otro de los madrugadores de la jornada. Con Alicia Ros (bajo y voz, también en el trío Cariño) y Marco Frías alternándose a las voces, el grupo desplegó en 35 minutos una tras otra sus agradables canciones guiadas por un instinto melódico muy desarrollado. Canciones como "En un lago", redondo single pop, y la nueva "Antes era campo todo esto" contribuyeron desde muy temprano a poner una marcha más al festival.
Del buen hijo pasamos sin solución de continuidad al padre, la banda irlandesa Newdad, recorriendo los apenas 30 metros que separan el escenario Firestone del Txiki, un encantador rincón con césped artificial y un fondo espectacular que domina el monte Arraiz. Los de Galway ofrecieron también pop, con algún toque más oscuro que sus lumisos antecesores y clara influencia de The Cure, versión de la banda de Robert Smith incluida.
La primera jornada del festival también sirvió para que los vizcaínos Shinova debutaran en el Bilbao BBK Live. Apoyados en su nuevo y exitoso disco El presente –el concierto arrancó con "Alas" y "Gloria"–, el quinteto propuso, apoyado en una cuidad escenografía, su fórmula ganadora para festivales (solo esta primavera han estado ya en SanSan Festival, Warm Up, Toledo Beat, Sonoramex de México, Palencia Sonora…): estrofas de ritmos contenidos y estribillos coreables con delicados toques de electrónica. Prometieron "emoción e intensidad" y cumplieron.
Quedan por delante dos jornadas de música en Kobetamendi, en los que a los cabezas de cartel ya se les plantea un gran reto: igualar el mágico concierto de Massive Attack.
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