Mikel Gurrea: "Cada espectador tiene que crear su propia relación con la película"
La frontera entre la adolescencia y la madurez, la escalada y el conflicto vasco. El cineasta Mikel Gurrea (San Sebastián, 1985) combina esos tres elementos en "Heltzear", una gran historia de diecisiete minutos.
La historia, ambientada en la San Sebastián del año 2000, destila sudor y fisicidad siguiendo de cerca en ascensiones a paredes verticales a su protagonista, Sara (Haizea Oses), pero el exitoso cortometraje (es el primer corto en euskera que compite en el festival de Venecia y ha sido incluido en el catálogo Kimuak), huyendo de cualquier tentación paternalista de dirigir al espectador, también abre tantas vías a la reflexión como espectadores haya ante la pantalla. Y lo hace de una manera sutil, sugerente y atractiva.
Antes de mostrar su obra en el Zinemaldia, Gurrea nos contestó a varias preguntas desde Venecia, "nervioso, deseoso y feliz", ante la primera proyección pública de la misma.
Incluido en el catálogo Kimuak, seleccionado para competir en Venecia y San Sebastián… ¿Esperabas este éxito con "Heltzear"?
No, no lo esperaba. En verano de 2020 estábamos a punto de empezar a rodar mi primer largometraje, pero llegó la pandemia y nos vimos obligados a parar toda la preproducción, porque esta película, que ya hemos grabado, solo se podía rodar en verano.
Sentí la necesidad de hacer algo en ese tiempo y llevaba ya años desarrollando el núcleo de "Heltzear". Así que decidimos hacerlo entonces.
Por eso, todo lo que ha llegado con la película ha sido una agradable sorpresa; más, si cabe, porque no esperábamos nada.
Los tres ejes temáticos de la película son la escalada, la línea entre la adolescencia y la madurez y el conflicto vasco. ¿Cómo se te ocurrió enlazar los tres?
Son tres rasgos destacados de mi biografía, y me he basado en ella para crear una historia de ficción total. No son situaciones que me ocurrieran a mí, pero esas tres capas existen en mi memoria.
En el año 2000, el conflicto vasco atravesaba nuestro contexto sociopolítico y, aunque suene paradójico, el conflicto y la vida, en su más amplio contexto, caminan de la mano; por otro lado, está la adolescencia, como principal época de cambio, ya que yo tenía 15 años en 2000; y, por último, la escalada deportiva, un deporte en el que estuve inmerso desde los 15 años hasta los 18.
A través de una intuición, pensé qué se podía sugerir al relacionar esas tres capas. Propone una cosa u otra dependiendo de quién sea el espectador, y eso me interesaba mucho.
Muchas veces la ausencia nos lleva a la idealización, pero Sara, la protagonista de la película, no conserva un recuerdo inmaculado de su hermano Beñat, a pesar de su falta. Has puesto un gran empeño en mostrar eso y evitar la simplificación, ¿no es cierto?
Sí. La película no te dice claramente dónde está Beñat ni qué papel o implicación tiene en el conflicto vasco, a pesar de que sabemos que lo atraviesa con letras mayúsculas. No sabemos si vive, si se ha muerto, si está preso…
Lo que realmente sabemos es que Sara echa de menos a su hermano, pero también que su recuerdo la inquieta. Tiene contradicciones.
La película, sutilmente, hace propuestas al espectador, y es este quien tiene que aceptar la invitación que tú como director le has hecho. ¿Cómo has cuidado el equilibrio entre no decir demasiado al espectador y seguir estimulándolo?
Creo y quiero creer que la audiencia es inteligente, que el espectador sabe más que el autor y que cada uno tiene que crear su propia relación con la película. Y para poner eso en práctica, en la película opté por lo simple.
Se muestra muy poco, se ve muy poco. Vemos a Sara escalando. ¿Y eso es suficiente para hacer una película? Pues cuando lo relacionas con las otras dos capas, emergen todas las metáforas posibles.
Por lo tanto, sí, la clave es qué decir y qué no. Pero te mentiría si te dijera que en la voz en off que vertebra la película hay mucha edición. La escribí como si fuera un monólogo, y, al tratarse de una conversación entre hermanos, muchas cosas no se mencionan.
El cine tiende muchas veces a explicar las historias, y se explican demasiado, somos demasiado explícitos. Pero cuando en una relación existe una honestidad emocional, no hablas tanto de acciones o lugares, sino de todo lo que esos te hacen sentir. Para mí, esa era la clave.
Debido a esa responsabilidad y libertad que das al espectador, ¿has notado interpretaciones diferentes de la película en base, por ejemplo, a la relación del espectador con el conflicto vasco?
Esa era nuestra principal preocupación durante el proceso de montaje. Cuando tuvimos listo el 75 % de la película, se la pasamos a amigos y colaboradores: vascos con vivencias y experiencias muy diversas, gente de otros lugares del Estado y amigos de otros países como Noruega, Irlanda, Irán, Líbano…
Les dijimos lo siguiente: "Ved la película e inmediatamente, por favor, mandadnos un audio de WhatsApp explicando qué habéis visto". Y fue muy bonito. Fue increíble ver cómo todos coincidían en una misma sensación.
La gran mayoría identificó las claves. Todos sabían que Sara quería a Beñat, que lo echaba en falta pero que su figura le originaba un conflicto interior que al final, aunque no del todo, sí se relaja un poco. Y eso era lo que buscábamos con la película. Nosotros estábamos satisfechos, así que lo dejamos así.
La casi absoluta protagonista de la película es la escaladora y actriz no profesional Haizea Oses, Sara. ¿Cómo diste con ella y qué te convenció para darle a ella el peso dramático de la película?
Al principio, cuando "Heltzear" ni siquiera existía, tuve un proyecto para un largometraje basado en mi biografía. Pero apareció "Suro", mi próximo largometraje, y aquel proyecto quedó relegado.
De todas formas, cuando estaba escribiéndolo recorrimos todos los rocódromos, boulders, gaztetxes y partes traseras de frontones de toda Euskal Herria para conocer jóvenes escaladores y escaladoras y su cultura. En el centro de tecnificación de Aretxabaleta conocimos a Haizea, que entonces tenía 12 años, pero no nos valía para aquella película porque necesitábamos a alguien más mayor.
Aún así, recuerdo que comentamos que era muy expresiva y valiente ante la cámara. Después, cuando comencé a escribir "Heltzear", me acordé de ella, tuvimos una conversación y enseguida pude comprobar que aún conservaba aquello, por lo que empezamos a trabajar inmediatamente.
Este verano has rodado en Cataluña el largometraje "Suro". ¿Qué nos puedes avanzar sobre él?
Terminamos de rodar el 19 de agosto, después de cinco semanas de trabajo en la zona del Alt Empordá en Girona y la historia es la siguiente: una pareja de treinta y pocos años de la ciudad de Barcelona decide ir a vivir a una masía y comenzar una vida más acorde con sus ideales: más sostenible, justa, limpia…
Pero necesitarán dinero para reformar la casa, y se enterarán de que el terreno tiene alcornoques. Eso generará que la proyección común que los llevó a su nueva casa derive en dos miradas diferentes, e Iván y Elena verán de forma diferente esa nueva realidad.
Siendo donostiarra, ¿qué te supone participar en el Zinemaldia? ¿Cómo sueles vivir el festival y cómo crees que lo vivirás este año?
Para mí es muy emocionante, me alegra mucho. En cierta manera, si yo soy cineasta es, por un lado, porque mi familia compartió esa afición conmigo, pero también porque soy donostiarra y he vivido el Zinemaldia desde joven.
Desde joven he estado cerca del jurado joven, he visto películas que sin el Zinemaldia difícilmente se podrían haber visto en San Sebastián, he participado con mi película "Suro" en el programa de desarrollo Ikusmira Berriak…
Para mí, que nuestra pequeña película compita en la sección Zabaltegi-Tabakalera es algo muy especial, y, además, podremos compartirlo con todo el equipo.
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