Arantxa Aguirre: "No quería un safari de esculturas, quería rodar en Chillida Leku, el corazón de Chillida"
"Más vale ciento volando que pájaro en mano". Son las palabras de Eduardo Chillida a su mujer, Pilar Belzunce, en una carta escrita para darle cuenta de que no se encontraba satisfecho con el resultado de una de sus obras, y de que iba a volver a empezar a trabajar en ella.
La cineasta Arantxa Aguirre (Madrid, 1965), directora, entre otros, de los documentales Nuria Espert. Una mujer de teatro (2012), Dancing Beethoven (2016) y Zurbarán y sus doce hijos (2020), cree que esa frase condensa muy bien el espíritu del escultor Eduardo Chillida (San Sebastián, 1924-2002), su autoexigencia, su ambición artística y su apertura hacia el error, las casualidades y lo no controlable. Por eso ha titulado Ciento volando el documental que cuenta con la participación de EITB y se proyecta estos días dentro de la sección Zinemira del Zinemaldia; llegará a las salas comerciales de cine de Hegoalde el 10 de enero.
Guiada por la actriz Jone Laspiur, la película recoge desde Chilida Leku, "el corazón de Chillida", y con una clara vocación estética testimonios sobre la vida y obra del escultor en boca de Joaquín Montero, Mikel Chillida, Ixiar Iturzaeta, Nausica Sánchez, Jexuxmari Ormaetxea, Nausica Sánchez, Kosme de Barañano, Fernando Mikelarena, Koldobika Jauregi, Mireia Massagué, Iñigo Irureta, Elena Cajaraville y Andrés Nagel.
Hemos hablado con Aguirre, de padre donostiarra, sobre esta película que ha supuesto una vuelta a sus orígenes.
¿Cómo llegas al proyecto de Ciento volando?
Se trata de un proyecto que me llegó, como casi todo lo que hago. No soy productora, soy directora, y no tengo tiempo para levantar financieramente un proyecto. Normalmente, me llegan y acepto el desafío de llevar a mi terreno y hacer míos estos proyectos que me vienen.
Eso es lo que he podido hacer con este proyecto sobre Chillida, en el que también han contado mucho mis orígenes donostiarras –el padre de Aguirre era donostiarra– porque ha sido una vuelta a mis orígenes.
He querido ofrecer un tributo a esa raíz mía.
¿Cuál es la lección principal que has aprendido sobre Eduardo Chillida en este proceso?
Me he sentido muy identificada con su ritmo, con su tempo, su tenacidad y su insistencia. He encontrado muchas formas en común con mi manera de trabajar, y me he sentido muy a gusto en ese mundo chillidesco del trabajo constante, encarnizado, duro y un poco hermético a veces.
Además, gracias a sumergirme en su mundo, he aprendido cosas muy bonitas porque he leído todo lo que dejó escrito. Aprecio mucho su prosa poética, en la que se cuenta muy bien a sí mismo.
También he descubierto que cuando habla del mar, que califica como uno de sus dos principales maestros junto al compositor Johann Sebastian Bach, está hablando de sí mismo, de su manera de ser o de estar en el mundo. No sé si lo hace de una manera consciente, creo que no, pero cuando dice que el mar es siempre igual pero siempre diferente tiene mucho que ver con sí mismo y su obra. Todas contienen un mundo en su interior, pero son, a su vez, muy identificables.
El propio mar y Chillida Leku, el caserío Zabalaga, son los principales escenarios en los que descansan los testimonios de la película, acompañados del rumor del mar, el murmullo de la lluvia y el gorjeo de los pájaros. ¿Qué líneas maestras concebiste para enmarcar el mundo chillidesco del que nos hablas, esa luz negra o atlántica en la que se situaba Chillida?
Desde el principio, cuando hablé con los productores, tuve una intuición que creo que ha sido acertada.
Al principio, me proponían ir a Berlín, a Boston, a Sevilla, a Gijón, donde existen obras de Chillida, y me vi haciendo un safari de obras de arte por el mundo, y tuve el sentimiento de que aquello no iba a llegar a ningún lugar interesante. Me sentía incómoda con esa idea.
En ese momento me dije que lo que quería era quedarme en Chillida Leku pero volver muchas veces. Vamos a volver a Chillida Leku en diferentes estaciones del año, a diferentes horas del día, con diferentes luces y con diferentes personas. Creo que para enterarte de algo tienes que volver a los sitios, no vale con estar solo una vez, y Chillida Leku, un museo singular e irrepetible, tiene suficiente envergadura como para no zanjarlo con unos días de rodaje. Es el corazón de Chillida.
Esto te ha permitido mostrar el paso del tiempo
Chillida era también un filósofo, como todos los grandes artistas, y el tiempo y el espacio, que catalogaba de hermanos, eran para él los grandes interrogantes, los grandes problemas. Yo quería estar en esa línea de pensamiento.
El tiempo pasa por las esculturas, y nunca deja indiferente las cosas por las que transcurre, hace que cambien las cosas. Y quería hablar de ello.
La elección de Jone Laspiur para conducir el documental no es casual, y su selección queda acreditada en los diálogos que mantiene en la película: es actriz, cantante y graduada en Bellas Artes. ¿Cómo valoras su participación en el documental?
De Jone me lo esperaba todo, y recibí todo y más. La conocí hace años en una práctica de escuela y me dejó deslumbrada. Enseguida pensé en ella para este trabajo, antes incluso de saber que había estudiado Bellas Artes.
Ella estudió Bellas Artes en la especialidad de escultura, su padre es escultor, se desenvuelve con absoluta competencia en euskera y castellano… Me dije que había nacido para hacer esto. Es imposible tener nadie mejor.
Lo ha hecho extraordinariamente bien. Yo soy hija de actriz, y sé que lo más difícil para los intérpretes es escuchar, pero Jone sabe escuchar y lo ha hecho extraordinariamente bien.
Todas las participaciones de las invitadas y los invitados estaban preparadas de antemano, pero siempre le dije que no quería entrevistas, que quería conversaciones mientras paseaban por Chillida Leku, y Jone ha tenido la cintura de acompañar a las personas participantes. Las intervenciones que tenía siempre eran oportunas y pertinentes, y he montado muchas de ellas.
Entre los catorce ricos y variados testimonios recogidos, me gustaría destacar los del artista recientemente fallecido Koldobika Jauregi; Jexuxmari Ormaetxea, jardinero de Chillida Leku; y Fernando Mikelarena, colaborador del escultor. ¿Qué nos puedes decir de cada uno de ellos?
Hemos dedicado la película a Koldobika Jauregi, al que estoy agradecidísima. Nos impactó muchísimo su repentina muerte, y recuerdo su calidez, su disposición y su generosidad hacia nosotros.
Contó todo con una sencillez y humildad propia del gran artista que era, ya que los más grandes suelen ser los más humildes; eso me ha demostrado la experiencia. Fue un gusto y una maravilla trabajar junto a él. Me pareció una persona tremendamente elegante.
Jexuxmari es uno de los principales puntos del documental, porque me ayuda a contar el paso del tiempo. Le ves recogiendo hojas en otoño, cortando leña en invierno, segando en primavera… Son actividades que te marcan una estación.
Tiene hasta una vertiente casi mitológica, como el gran guardián del jardín. Él tiene mucha personalidad y mucha chispa, es muy divertido, y es unas de las bazas del documental. Kosme de Barañamo, el gran especialista en la obra de Eduardo Chillida que también participa en el documental, me dijo que a Chillida le hubiera encantado ver a Jexuxmari porque su manera de moverse cuando trabaja es puro Chillida: esos golpes secos sobre la materia, los movimientos de manos…
Fernando Mikelarena tiene una dulzura, una calidez humana increíble y un ritmo sosegado, y proporciona uno de los momentos más emocionantes del documental cuando acaricia espontáneamente junto a Jone Laspiur una de las obras de Chillida. Tienen esa capacidad en el tacto para reconocer el material y las obras, y me parece un momento muy bonito.
El Zinemaldia donostiarra supone, sin duda, el lugar natural para el estreno de la película. ¿Cómo esperáis vivir estas proyecciones?
Vivimos un tumulto de emociones, que dicen en Dublineses. Las películas siempre las terminan los espectadores. No hago las películas para mí, y no sabré cómo termina Ciento volando hasta que no la vea una sala llena.
Yo aprendo lo que he hecho cuando veo las reacciones del público, sentándome en una sala.
Pero esta vez no sé si voy a poder soportar tantas emociones: es un gran festival, estarán los participantes, el equipo, mi familia de San Sebastián… He hecho muchos estrenos en mi vida, pero creo que este va a ser muy emotivo.
¿Cómo invitarías el espectador del documental en el Zinemaldia a completar la experiencia en torno a Eduardo Chillida aprovechando su visita a la ciudad?
Tiene que ir a ver Chillida Leku antes o después de ver el documental. Pero que no se pierda la película porque es un trabajo hecho para los espectadores. Espero que los pases se llenen porque es un festival muy arropado por las espectadoras y los espectadores.
Ciento volando está pensada para verla en cine, y necesita la escala de la gran pantalla. Además, el sonido está muy cuidado, hemos contado con Carlos de Hita y el sonido de la naturaleza es muy importante en la película, además de la música de Bach.
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